Revista de Inclusión Educativa y Diversidad (RIED) 17 de 23
Revista de Inclusión Educativa y Diversidad (RIED), 2025, 3(1) https://ried.website/nuevo/index.php/ried/index
En ocasiones se ha dado demasiado poca atención al potencial de las culturas escolares
para apoyar o socavar los desarrollos de la enseñanza y el aprendizaje. Sin embargo, están
en el corazón de la mejora escolar. El desarrollo de valores inclusivos compartidos y
relaciones colaborativas puede llevar a cambios en las otras dimensiones [prácticas y
políticas escolares]. Es a través de las culturas escolares inclusivas que los cambios en
las políticas y las prácticas pueden ser sustentados por el nuevo personal y los estudiantes
(Booth & Ainscow, 2002, p. 8).
En el trabajo de estos académicos, la priorización del nivel institucional, aún sin
desconocer los factores extraescolares como influyentes o condicionantes, se argumenta
debido al carácter situado y micropolítico de los procesos de exclusión e inclusión: “las
barreras para el aprendizaje y la participación, y los recursos para apoyar el aprendizaje y la
participación, solo pueden ser descubiertos y priorizados en una escuela particular” (Ainscow
et al., 2006, p. 23).
Al pasar a escala regional, se evidencia que, los componentes fundamentales de la
conceptualización de una educación inclusiva promovida por la UNESCO se replican en las
normativas y lineamientos políticos de los países de la región (OEI y UNESCO, 2018).
Asimismo, es notorio que diez de los diecinueve países que incorporan la perspectiva
universalista de inclusión (dirigida a “todos y todas sin excepción”) en su legislación educativa
se ubican en la región latinoamericana (UNESCO, 2020b). Ante esto, surge la interrogante si
este dato expresa la “imposición” de la agenda de la UNESCO en la región, la incidencia de
las agendas latinoamericanas en la agenda global o una sintonía entre la agenda global de la
UNESCO y las agendas nacionales latinoamericanas en el período histórico considerado. En
línea con el posicionamiento teórico explicitado en el comienzo de este trabajo, se pensó que
la respuesta a este interrogante no debiera suponer unidireccionalidad en la formación de la
agenda de política educativa. Por el contrario, para comprender las formas particulares en que
esta agenda se ha constituido en los países de la región es necesario considerar los contextos y
tendencias de política propios de este espacio social. Siguiendo a Saforcada et al. (2021):
Es en el contexto de los gobiernos posneoliberales que fue posible observar cómo la
inclusión educativa no queda cerrada sobre sí misma dentro del campo educativo, sino
que se inscribe en una mirada social más amplia, planteándola como una dimensión de
los procesos de inclusión social en perspectiva de garantía de derechos y señalando, al
mismo tiempo, que la inclusión educativa no es posible si no se toman en consideración
las condiciones sociales y la desigualdad. Esta no fue una posición única ni definida, pero
sí una cuestión que aparece en la región problematizando la inclusión (pp. 73-74).
Mediante una revisión comparada de la legislación educativa en los países de la región,
las autoras citadas encuentran que hasta el año 2000 el término inclusión prácticamente no
aparecía mencionado (salvo un caso). En cambio, a partir del año 2005 (año en el que se
publican las Directrices de la UNESCO) “el concepto se instala definitivamente, se expande
en términos cuantitativos, cualitativos y conceptuales, adquiere un gran protagonismo en
propuestas y discursos, y se vuelve un tópico omnipresente en el campo educativo
latinoamericano” (Saforcada et al., 2021, p. 98). Desde entonces, las autoras distinguen la
convivencia de tres sentidos sobre este concepto: un sentido restringido a la población con
“necesidades educativas especiales”; un sentido restringido a otras formas de exclusión y
marginación social específicas; y la perspectiva ampliada de la inclusión educativa como
dimensión de la inclusión social desde un enfoque de derechos. Mientras que algunos
antecedentes señalan que, para el tiempo de la influyente 48ª Conferencia Internacional de
Educación en donde la UNESCO impulsa un consenso global en torno a la agenda marcada
por las Directrices de 2005, en “la mayoría” de los países de la región prevalece el sentido
restringido de inclusión ligado a la educación de estudiantes con “necesidades educativas
especiales” (Blanco & Duk, 2011); no es casual que las naciones que son asociadas con la
perspectiva ampliada o comprensiva (Argentina, Brasil, Ecuador, Honduras, Paraguay, Perú,
Uruguay y Venezuela) (Payà, 2010), se encuentren, en su mayoría, entre aquellas que
protagonizaron el denominado Ciclo de impugnación al neoliberalismo en América Latina
(Thwaites & Ouviña, 2019). Es posible hipotetizar que, para estas naciones, el discurso de la
inclusión educativa en perspectiva ampliada pudo articularse con las agendas propias de
ampliación de derechos sociales en la primera quincena del siglo XXI (Suasnábar, 2017). Es
decir que, en un contexto en donde estas naciones articulaban un discurso de denuncia ante los
efectos excluyentes de las reformas neoliberales de la década de 1990 y de reivindicación del