
Revista de Inclusión Educativa y Diversidad (RIED) 7 de 13
Revista de Inclusión Educativa y Diversidad (RIED), 2025, 3(1) https://ried.website/nuevo/index.php/ried/index
En muchos casos, la diversidad sigue considerándose relevante únicamente en la
presencia de estudiantes con diagnósticos específicos o que pertenezcan a una comunidad
particular. Así es promovido por la política, y luego adoptado en las prácticas de gestión
curricular: donde aún persiste una jerarquía implícita que otorga mayor importancia a
asignaturas como Lenguaje y Comunicación y Matemáticas, por encima de aquellas
relacionadas con las Artes y las Ciencias (Valdés y Fardella, 2024). Esto ha llevado a que los
esfuerzos por diversificar el currículo se implementen de manera parcial y con escasa práctica,
perpetuando la concentración de experiencias inclusivas sólo en asignaturas consideradas "más
importantes". De esta manera, la diversificación curricular se ve como algo extraordinario y
anecdótico: mientras, se continúan realizando adaptaciones en el marco de planificaciones
homogeneizantes que priorizan el rendimiento y la rapidez.
Si se revisan las políticas, prácticas y cultura como pilares del cambio inclusivo (Booth
& Ainscow, 2015), se puede entender por qué hemos avanzado, aunque menos de lo que se
desearía. Específicamente, los equipos de aula aún enfrentan inseguridades sobre lo que
realmente significa la inclusión en el aula. Con frecuencia, las normativas se perciben como
ideales utópicos e inalcanzables. En espacios de formación docente, es común escuchar
comentarios como 'las leyes son atractivas en el papel, pero poco realistas en su aplicación'
(López et al., 2018). Estas percepciones revelan una brecha significativa entre las expectativas
normativas y las condiciones reales en que los docentes deben implementar las políticas
educativas (Ruffinelli, 2016). Desde esta posición, se naturaliza la imposibilidad de lograr los
cometidos de la política, y la inevitable distancia con la práctica cotidiana: en la que aparecen
matices y dificultades arraigadas en la experiencia cotidiana.
A pesar de las políticas educativas en Chile que promueven una educación inclusiva, la
permanencia de las escuelas especiales sigue siendo necesaria, aunque persistan debates sobre
su rol y naturaleza (Moyano, 2020). Esto se debe a que, a pesar de los esfuerzos por eliminar
la segregación en el sistema educativo, los actores educativos señalan que los apoyos en
términos de capacitación y formación siguen siendo insuficientes. Estas acciones, por sí solas,
no son suficientes para lograr una transición completa hacia un modelo educativo totalmente
justo e inclusivo (Moyano, 2020). De hecho, algunos consideran que las escuelas especiales
son fundamentales, ya que se encargan de atender a estudiantes con necesidades educativas
significativas, como aquellos con discapacidad intelectual severa.
Actualmente, las diferencias en la administración de los establecimientos educativos
continúan generando segregación en cuanto a las oportunidades de acceso y permanencia de
los estudiantes. Aunque los recientes cuerpos legales han abordado este problema, aún es
necesario más tiempo para superar las consecuencias de la segregación social, territorial y
económica que ha persistido por años (Allende et al., 2018). Esta situación ha resultado en
discriminación hacia las familias según su capacidad económica, lo que históricamente ha
limitado sus posibilidades reales de elegir proyectos educativos para sus hijos e hijas. Como
resultado, se ha observado que la mayor representatividad de diversidades en términos
cognitivos, funcionales, sociales, culturales, étnicos, sexuales y de género se concentra en los
establecimientos público-municipales.
Las dificultades docentes y las contradicciones inherentes al sistema educativo generan
una última tensión en relación con los fines inclusivos, vinculada al modelo social y económico
en el que se inserta el proyecto de educación inclusiva. En el caso de Chile, la literatura lo
señala como un experimento de neoliberalismo (Slachevsky, 2015) y un ejemplo
representativo de la Nueva Gestión Pública (NGP) (Sisto, 2019), caracterizado por una
marcada narrativa sobre el rendimiento escolar (Ramírez-Casas del Valle, et al., 2021) con una
tendencia homogeneizadora (Lerena & Trejos, 2015). La Agencia de Calidad de la Educación
Escolar, un servicio descentralizado creado en 2011 evalúa anualmente a las escuelas y las
categoriza en alto, medio, medio-bajo e insuficiente, según los resultados obtenidos en diversos
indicadores de calidad, basados en la prueba estandarizada SIMCE (Sistema de Medición de
la Calidad de la Educación), que se ha aplicado desde 1988, al final de la dictadura militar. Las
escuelas con buenos resultados son premiadas y adquieren mayores niveles de autonomía,
mientras que aquellas que no cumplen con los estándares corren el riesgo de cierre al perder el
reconocimiento oficial del Ministerio de Educación (Valdés y Ramírez-Casas del Valle, 2021).